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MUNDIARIO. Artículo: Carsten Moser

9 de octubre de 2016

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Una idea recorre Europa: la renta básica

¿Y si el empresario suizo  Häni tiene razón cuando argumenta que contra el miedo en Europa a la globalización y a los avances tecnológicos, mucho mejor que las medidas aislacionistas y xenófobas que proponen algunos partidos populistas de derechas e izquierdas sería la introducción de la renta básica?

Daniel Häni es un empresario suizo de 50 años que en 1999 fundó con unos amigos el café “Unternehmen Mitte”, con 5 pisos en un edificio clásico del centro de Basilea, más de 1.000 visitantes diarios y unas ventas anuales de 2,5 millones de euros el local más grande y exitoso del país. A pesar de que no hay obligación de consumo. En la parte baja se organizan exposiciones de arte, en el sótano se presentan obras de teatro, en los pisos de arriba hay puesto de trabajo para programadores y periodistas y salas para terapeutas. Con el tiempo se ha convertido en un centro de cultura y creatividad único en Suiza. “Se necesitan lugares así que permiten madurar ideas como la introducción de la renta básica para todo el mundo”, declara orgulloso Häni.

Dado el elevado desempleo en Europa derivado de la crisis financiera en 2007, de la globalización y de las revoluciones tecnológica y digital que avanzan a velocidad de vértigo, la renta básica vuelve a estar en el centro de la atención mediática. Es una propuesta que ha fascinado no solo a Daniel Häni, también a  economistas tan dispares como los profesores norteamericanos Milton Friedman y John Kenneth Galbraith o el ex ministro de Finanzas griego Yanus Varoufakis. Ya  el británico John Maynhard Keynes hacía  la siguiente predicción hace casi un siglo: “Estamos siendo afligidos por una nueva enfermedad(…): el desempleo tecnológico(…)”. Contra esa realidad hoy más actual que nunca “y a la luz de los últimos estudios que calculan que entre el 35 y el 50% de los puestos de trabajo están en riesgo de automatización, la renta básica merece, al menos, un estudio concienzudo de sus muchas ventajas y algunos inconvenientes”, reflexiona Ignacio Fariza.

Industria 4.0,  robotización, “Deep Learning”, “Gig-Economy”, drones, “Fintechs”, economía colaborativa… estos son solo algunos ejemplos de avances tecnológicos y digitales que están cambiando el mundo a marcha forzada. Muchos de nosotros ni sabemos lo que significan ni conocemos sus oportunidades y riesgos. Pero sí tememos que tendrán un impacto significativo sobre nuestras empresas, sobre el empleo y sobre nuestro Estado de bienestar.

Si la renta básica tiene sus orígenes teóricos en el marxismo-leninismo y el humanismo cristiano, su puesta de moda durante la última década se la debe en gran parte a dos escuelas. La norteamericana, con la Singularity University de Silicon Valley al frente, que argumenta que todo impedimento a los avances tecnológicos debe ser eliminado, también las trabas al despido libre. Así se libraría a los empresarios de su mala conciencia cuando tienen que reducir plantillas. Y la europea, con los profesores belga Philippe van Parijs,  suizo Thomas Staubhaar u holandés Loek Groot entre sus impulsores, argumentando desde el punto de vista del trabajador. Groot asegura que “en el sistema de la renta básica, no estar obligado a aceptar un empleo refuerza la posición de los trabajadores, aunque el precio a pagar sea el parasitismo. Es decir, precisamente por consentir el parasitismo, todo el mundo tendrá la capacidad de rechazar las malas ofertas de trabajo, lo cual, al final, resultará en mejores empleos y en salarios más altos para las tareas de menor cualificación”.

El suizo Häni rechaza el argumento del parasitismo:” Yo necesito una renta, para poder trabajar.  Si pienso que trabajo para conseguir una renta, ya me he dado de baja en mi interior creativo. Entonces entra en juego la vagues. La renta básica es, por lo tanto, el mejor remedio contra la vagues.” Pero acepta que la renta básica no solo reduciría significativamente el miedo de muchos trabajadores a perder su empleo, sino también el error de muchos partidos políticos tradicionales de empezar a poner pegas a la globalización, por temor a perder elecciones contra los partidos populistas aislacionistas y xenófobos. Sirva como ejemplo la discusión más ideológica que racional sobre las bondades y los peligros del acuerdo de libre comercio entre Europa y los Estados Unidos (TTIP).

En palabras de Jorge Galindo,  “Occidente y sus periódicos se han llenado de perdedores de la globalización. Es el colectivo de moda. O uno de ellos. La historia es más o menos como sigue: el proceso de integración económica ha provocado que un nutrido grupo de personas en Occidente haya salido perdiendo. Se le pinta normalmente como la vieja clase obrera, con empleos manuales amenazados por la deslocalización o por su sustitución por mano de obra extranjera. Por eso votarían a Trump o al UKIP o a Le Pen. Estos líderes, por su parte, se presentan como los defensores del hombre común frente a una élite  que solo piensa en negocios globales Para evitar el triunfo de los populismos, concluyen no pocos, es necesario ceder e iniciar un proceso de renacionalización. ¿Pero qué pasa entonces con todo lo bueno que ha traído la globalización a las clases emergentes de países menos ricos?”

Lluís Bassets sostiene, a su vez, que “un profundo pesimismo se ha instalado entre los europeos justo en los mejores años de la historia del continente”. Y cita al economista e historiador sueco Johan Norberg, que en un ensayo, titulado “Progreso. Los motivos para tener esperanza en el futuro” y documentado con un aluvión de datos, concluye: “ A pesar de lo que escuchamos en las noticias y en boca de muchas autoridades, la gran historia de nuestra era es que estamos presenciando la mayor mejora en los estándares de vida globales que haya tenido lugar jamás. La pobreza, la desnutrición, el analfabetismo, la mortalidad y el trabajo infantiles están cayendo a la mayor velocidad de la historia. El riesgo de que una persona se vea expuesta a la guerra, a un desastre natural, o sujeto a una dictadura, es mucho menor que en cualquier época”.

Comparto  las opiniones de Jorge Galindo, Lluís Bassets y Johan Norberg, pero también soy consciente que no son las que más adeptos tienen hoy en día. Por lo tanto, si la renta básica, aparte de sus otras virtudes, ayuda a reducir existentes miedos individuales y colectivos, pues una razón más para darle la bienvenida. Queda por aclarar la pregunta del millón: ¿Es factible su financiación? Aquí es donde hay división de opiniones. Los pesimistas creen que de ninguna manera. Los optimistas, por el contrario, piensan que a través de un aumento de los impuestos indirectos como el IVA, de los ahorros que se lograrían en la Seguridad Social por menor absentismo laboral, la eliminación de muchas otras partidas del Estado de bienestar así como por nuevos impuestos, por ejemplo sobre la automatización (una idea que se ha empezado a discutir en Francia ), se puede llegar a cubrir su alto coste. En el referéndum sobre la introducción de la renta básica impulsado por Daniel Häni en Suiza y que consiguió un respetable 24% de votos afirmativos, la propuesta era de que cada habitante recibiera mensualmente la friolera de 2.500 francos suizos. Otros han calculado que entre 600 y 1.000 euros por persona y mes podría ser una cifra financiable a nivel europeo.

Ya hay varias iniciativas previstas para probar su viabilidad. En Finlandia, la coalición de centroderecha pondrá en marcha un proyecto piloto en 2017 de entre 500 y 700 euros mensuales para entre 5.000 y 10.000 mayores de edad. También en la ciudad holandesa de Utrecht, 250 ciudadanos percibirán a partir de enero del próximo año  960 euros al mes durante dos años, para analizar los pros y los contras de la medida. Las ciudades de Maastricht y Groninga quieren seguir sus pasos. Si las cifras no salen, quizás haya que combinar la idea de la renta básica con otra más barata llamada capital básico, con la cual se quiere apoyar a los jóvenes en los años de formación.

Atentos pues a estos experimentos. Pueden dar pistas sobre la evolución del Estado de bienestar europeo. Y a Daniel Häni. Ojalá nos sorprenda con nuevas iniciativas impactantes.

Carsten Moser

 

Las opiniones vertidas en este artículo responden a la opinión de quienes las emiten y no representan, necesariamente, el pensamiento de la Fundación Euroamérica

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